martes, 26 de mayo de 2009

Brujería

Él tenía miedo de que Claudia, enceguecida por la furia que le produjo aquel engaño fuera a una de esas brujas que te hacen maleficios y te arruinan la vida. Le había pasado a un amigo suyo, que cuando se fue de la casa despues de una separación terrible, se había olvidado un par de cosas que su esposa había usado para tirarle alguna maldición encima. Por eso, lo primero que hizo cuando consideró que la convivvencia se tornaba insostenible, fue juntar todas sus cosas. Ella le propuso ponerlas en una caja y mandárselas a esa pensión de solteros donde él se iba a instalar, pero él no aceptó. Solo una vez que estubo seguro de tener todas sus pertenencias con él abandonó la casa.
La pensión era fría, sus ojos repasaron el cuarto y por momentos le recordaba a su habitación de adolescente, donde el desorden y el mal olor gobernabam. Fue entonces que se sientió derrotado, apabullado por la idea de que su vida había hecho un retroceso y que tendría que comenzar de vuelta, lo cual sería mucho más dificil que cuando tenía veinte, cabellera abundante, la esperanza de un futuro esplendido y ningún hijo, ni ex esposa.
Claudia, por su parte, estaba desgarrada. No podía creer como Fernando se había dejado llevar por una calentura sin pensar en ella, en los chicos, en los planes, en lo ya vivido, en fin, en el amor de verdad. Estaba segura de que él vendría a pedirle perdón una vez más, pero ya era tarde: la invadía el dolor de pensar que algo se había perdido. La reflexión no le impedía seguir acomodando la habitación, su obsesión por el orden permanecía intacta, pero se detuvo cuando vio el libro en el fondo del placard, olvidado. Se dedicó un largo rato a curiosearlo. Pasaba las hojas lentamente. Salvo por algunas páginas que se le había soltado, estaba en buen estado, todavía no tenía ese olor a viejo que se le impregna a los libros con el tiempo, es más, tenía olor a él. La tapa, aparte del título, tenía una de las frases emblema del relato y una imagen bastante mtafórica. En la contratapa la biografía de Orwell. "1984" le hizo recordar a ese joven lleno de ideales, conocedor, cuasi intelectual que había sabido conquistarla. Leyó la dedicatoria de la primera página "Que sirva de recuerdo del primer, de los millones de viajes que haremos juntos. Te amo. Clau" Montevideo, 1986. La tinta se corrió con las lágrimas y el mensaje se hizo ilegible por partes.
Pegó un salto de la cama. El terror y el dolor de columna que le producía el colchón durísimo interrumpieron su sueño. Sabía que se había olvidado algo. Algo significante, que no podía recordar que era, pero que seguramente bastaba para que una bruja lo maldijera. Paranóico, revisó las cajas de la mudanza. En un instante de lucidez recordo la tarde soleada en que Claudia le regaló "1984" y un escalofrío le recorrío la espalda. La semana siguiente la perdión pensando alguna excusa válida para ir a buscarlo. Lo desesperaba pensar que ella lo tenía, que en sus hojas estaban sus huellas digitales impregnadas, que hasta incluso pudiera tener algún señalador u hoja de árbol, cualquier cosa física que haya pasado por él y que sea la lave para un gran mala racha. No podía dejar de sentirse acosado por la idea de un turbia venganza. Hasta que una tarde ella golpeó la puerta.
-Te olvidaste esto- dijo y le mostró una bolsa, que junto al libro tenía un cinturón, un escudo de River y dos cd's de música. Él se rió, por no llorar y sin pronunciar palabra tomó la bolsa y cerró la puerta.
Claudia podía entender que no haya dicho nada sobre su nuevo corte de pelo, que no haya preguntado sobre su madre, que no se haya acrodado que esa semana habia un acto en el colegio de Juani, porque al fín y al cabo, eso podría haber pasado, incluso, estando casados. Pero jamás se expleicaría su desatención, lo desmejorado que estaba fisicamente, la cara de susto que puso cuando la vio. Sintió que lo que había visto era un fantasma, no Fernando. O él, pero pensando en otra cosa, compenetrado en algo que evidnetemente estaba detrás de la puerta. Se sintió una tonta por creer que esa era una buena oportunidad para reconciliarse, cuando él nisiquiera mostró interés por cruzar palabra con ella. Se enfureció y se odió a si misma por haber ido hasta ahí. Nunca se hubiera imaginado que Fernando, en la penumbra de la habitación, revisaba sus cosas buscando algún rastro de brujería.

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